Hace tiempo que dedicamos una entrada en este blog a comentar una tendencia en parte de la población en contra de los aditivos y , en general, en contra de » la química» en los alimentos, cuyo enlace dejamos en la bibliografía.
Mientras tanto, las expresiones «natural», «origen natural» «sin aditivos» o «sin aditivos artificiales» siguen proliferando en los envases y anuncios de los productos que nos llevamos en la cesta de la compra. Toda la materia es química y por lo tanto la materia viva, nosotros mismos, los vegetales y los animales que utilizamos para alimentarnos están constituidos por sustancias químicas.
Por lo tanto, que algo sea químico no quiere decir que sea artificial.
De igual manera, que un compuesto, por ejemplo un aditivo, sea artificial, no quiere decir que sea malo.
Una sustancia natural tampoco es necesariamente sana, todos conocemos venenos biológicos presentes en setas, peces o plantas.
El marketing de las industrias debería dejar de promover este rechazo a los aditivos, que es como tirar piedras sobre su propio tejado: es habitual que en algunos de sus productos se promocione la ausencia de aditivos artificiales, o simplemente la ausencia de aditivos, mientras en otros de la misma marca se utilizan aditivos. ¡Y está bien hecho, puesto que cumplen una función!.
Los consumidores exigimos una oferta cada vez mayor de alimentos, fáciles de preparar, con mayor periodo de conservación, atractivos y por supuesto, seguros . Sin embargo, los cambios de temperatura, la exposición al aire, la contaminación microbiológica, el tiempo que pasan en el canal de distribución y otros factores van en contra del mantenimiento la calidad global del producto ( sanitaria y comercial). Y así es como entran en juego los aditivos. Si te interesa el tema, puedes seguir leyendo esta entrada con información más detallada que la que aporta la revista y acceder a las fuentes de información que se citan al final.
Pero antes, aclarar la imagen que hemos escogido para la portada: son palas de tunera, un cactus que es la planta huésped de las hembras adultas del insecto Dactylopius coccus, conocido tradicionalmente como cochinilla. Una vez secado al sol, del insecto se extrae un colorante natural, el rojo de cochinilla, que se utiliza como aditivo en la industria alimentaria ( E-120, cochinilla, ácido carmínico ) y también como tinte en la industria textil, conocido como rojo carmín.
La adaptación de la planta (que requiere muy pocos recursos hídricos) y del parásito a las condiciones del territorio de las Islas Canarias, le confieren a este producto una una baja humedad y una elevada concentración de ácido carmínico. Además su forma de obtención es artesanal y con un fuerte arraigo en las tradiciones del archipiélago.
Por ello desde 2017 la Unión Europea le ha otorgado el sello de Denominación de Origen Protegida (DOP) a la cochinilla de canarias.
Aquí tienes la revista en la que hablamos de los aditivos en los alimentos y de su mala fama. Haz clik en la portada para leerla. También, ya que abordamos el término quimiofobia, el departamento de QUIMICA FP aporta información del papel de la ciencias químicas en la descontaminación de suelos, gestión de residuos, potabilización de aguas, etc. Esperamos que os guste.
Como explicamos en la revista ( aunque de forma menos exhaustiva) todos los aditivos alimentarios deben tener un propósito útil demostrado y han de someterse a una valoración científica rigurosa y completa para garantizar su seguridad, antes de que se autorice su uso. El comité que se encarga de evaluar la seguridad de los aditivos en Europa es el Comité Científico para la Alimentación Humana de la UE (Scientific Committee for Food, SCF). Además a nivel internacional, hay un Comité Conjunto de Expertos en Aditivos Alimentarios que trabaja bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Sus valoraciones se basan en la revisión de todos los datos toxicológicos disponibles, incluidos los resultados de las pruebas efectuadas en humanos y animales. A partir del análisis de los datos de los que disponen, se determina un nivel dietético máximo del aditivo, que no tenga efectos tóxicos demostrables. Dicho contenido es denominado el «nivel sin efecto adverso observado» («no-observed-adverse-effect level» o (NOAEL) y se emplea para determinar la cantidad de «ingesta diaria admisible» (IDA) para cada aditivo. La IDA, que se calcula con un amplio margen de seguridad, es la cantidad de un aditivo alimentario que puede ser consumida en la dieta diariamente, durante toda la vida, sin que represente un riesgo para la salud.
Para asegurarse de que las personas no consuman una cantidad excesiva de productos que contengan un determinado aditivo, que les lleve a sobrepasar los límites de la IDA, la legislación europea exige que se realicen estudios de los niveles de ingesta en la población, para responder a cualquier variación que se presente en los modelos de consumo.
Si ocasionalmente la ingesta diaria de alimentos sobrepasa la IDA, sería poco probable que se produjera algún daño, dado el amplio margen de seguridad de la misma (superior a 100 veces). Sin embargo, si una de las cifras referentes al consumo señalase que los niveles habituales de ingesta de determinados sectores de la población sobrepasan la IDA, entonces la Comisión evaluaría la necesidad de revisar los niveles existentes del aditivo en los alimentos, o limitaría la gama de alimentos en que dicho aditivo esté permitido.
Para que pueda adjudicarse un número E, el Comité Científico tiene que evaluar si el aditivo es seguro. El sistema de números E se utiliza además como una manera práctica de etiquetar los aditivos permitidos en todos los idiomas de la Unión Europea.
Más información:
https://www.eufic.org/es/food-safety
https://www.consumer.es/seguridad-alimentaria/aditivos-son-buenos-malos.html
Foto de portada: elblogoferoz.com