Un día de mayo estupendo y soleado para lanzar el nuevo número de la revista de Salud y Consumo Responsable. Esta vez, dedicamos la parte de alimentación saludable a los denominados alimentos funcionales y la parte de consumo responsable a los trabajos del alumnado de 2º ESO en torno a la sostenibilidad y el cambio climático.
Hoy en día la oferta de productos alimenticios es muy variada, y cada marca intenta hacerse un hueco en las intenciones de compra de todos nosotros. Muchas veces la estrategia es ofrecer alimentos que, además de la simple nutrición, proporcionen compuestos con actividad fisiológica para mantener o mejorar el estado de salud. Esto ya está inventado, porque los productos frescos son el alimento funcional perfecto, cargados de muchos componentes de interés que luego se añaden a los productos procesados (que no los poseen a priori) : los antioxidantes en frutas y hortalizas, la fibra en los cereales integrales o los ácidos grasos omega 3 en pescados son algunos ejemplos.
Pero lo que se entiende por alimentos funcionales, son alimentos procesados, diseñados por la industria, para incorporar sustancias que presenten evidencias científicas de contribuir a una buena salud ( modular del sistema inmunitario, reducción de la hipercolesterolemia y la hipertensión, y protección frente a enfermedades inflamatorias, tumorales. etc.). El etiquetado de las alegaciones nutricionales y saludables que presentan en su envase los alimentos funcionales viene regulado por el Reglamento (CE) 1924/2006. En la siguiente imagen, vemos ejemplos de declaraciones nutricionales y de salud.

Por supuesto todo tiene su origen en una buena idea: poner en el mercado alimentos que suplían carencias nutricionales graves, como el caso de la suplementación de sal con yodo del que hablamos en la revista o, más recientemente, eliminar la lactosa o el gluten de alimentos que no podían ser consumidos por intolerantes y/o alérgicos. Es decir, existen alimentos funcionales procesados que de verdad cumplen una función determinada y amplían, en sentido positivo, las opciones del consumidor.

Fuente: https://alimentos.elika.eus/
Pero como siempre pasa, hay que diferenciar la paja del grano, porque muchos productos quieren subirse a esa ola de las alegaciones saludables sin cumplir los requisitos necesarios para hacerlo.
Y se las arreglan para, bordeando el límite de la legislación, tocar las teclas justas para que nuestro cerebro asocie el alimento con una mejora de algún ámbito de la salud, control de peso, etc, pero sin decirlo de forma explícita. Los eslóganes publicitarios, las marcas de alguna gama de productos, los mensajes en el etiquetado frontal del envase, todo está pensado por el potente marketing de las multinacionales para hacer destacar su producto como una buena opción de compra. Enriquecer un bollo de chocolate o unas salchichas con hierro, es como dar un barniz a una madera mala. Se hace para poder destacar algo positivo y así «disimular» que la combinación de ingredientes es de baja/nula calidad nutricional.
No te dejas embaucar! Como siempre decimos la publicidad busca vender, no educar. La lista de ingredientes y la composición nutricional no mienten, busca el lateral/ fondo/ parte de atrás del envase, porque allí estará la verdad.
Esperamos que os guste el nuevo número, hasta pronto!